
GUATEMALA!! BASTA YA!!

LA PEDRERA, BARCELONA Y EL CAFÉ DE GUATEMALA
Los fondos que permitieron a la familia Milá encargar al arquitecto Antonio Gaudí una gran casa modernista en el lugar donde hubo el límite entre la vida de Gracia y la ciudad de Barcelona salieron de un cafetal de Guatemala. La correa de transmisión entre esa fortuna salida de America Central y el emblemático edificio de paseo de Gracia es un personaje singular llamado Josep Guardiola y Grau, la vida del cual fue especialmente intensa, porque, entre otras cosas, se caso con una chica a la cual le triplicaba la edad, se invento un idioma para mercantes y navegantes fruto de la mezcla de seis lenguas, ideo varios inventos para mejorar la producción de café y fue unos de los principales accionistas de la obra de ingeniería más grande del mundo.
Muchas etapas de la vida de Josep Guardiola son todavía un misterio, pero se sabe que nació en Aleixar un pueblecito de los alrededores de Reus, hacía el 1831. Antes de cumplir los veinticinco ya lo encontramos en Guatemala, donde los tradicionales cultivos del añil y grana para las industrias del tinte europeo eran substituidos por el nuevo furor del café. En menos de diez años Guatemala quedo cubierta por completo de aquel fruto rojo que brota de las matas de cabe cuando llegan los meses de noviembre y diciembre. Guardiola compró una finca en San Pablo Jocopilas, en la Bocacosta, a medio camino, y sobre todo a media altura, entre aquello que en Guatemala llaman tierra fría – altiplano de los maya - , y aquello que llaman – tierra caliente – la costa del pacífico. La finca se llamaba El Chocolá, no estaba demasiado lejos del lago de Atitlán, y dicen que de allí, gracias a la combinación de altura, lluvias y tierra volcánica, salían los granos de café de mayor cualidad de todo Centro América.
En las últimas décadas del siglo XIX Guatemala era el principal exportador mundial de café, incluso por delante de Brasil y Colombia, y Guardiola se hizo de oro exportando a cualquier rincón del mundo los granos de café del Chocolá. Introdujo varias novedades en el proceso de elaboración y llegó a inventar una maquina, la guardiola, que era una especie de secadora automática para los granos de café. La guardiola fue un invento revolucionario para el sector, ya que permitía secar los granos de manera rápida y sin que quedaran agrietados, de forma que los consumidores europeos consideraban su café de mayor cualidad que el de sus competidores.
Hace falta suponer, que como hicieron otros cafetaleros, debió someter a los jornaleros autóctonos a trabajos forzados y a unas condiciones laborales prácticamente esclavistas. Como buen empresario, se anticipo a vender la finca antes de que los precios del café empezaran a caer, la venta a unos alemanes en el 1891 por un valor que multiplicaba por miles el precio por el cual había comprado, y volvió a Aleixar como unos de los indianos de mayor fortuna del país y como el mayor buen partido entre los solteros, a pesar de sus sesenta años.
Su fortuna todavía tenía que crecer más gracias a sus acciones encabezadas por el ingeniero Ferdinand de Lesseps que había conseguido el gran reto de abrir una inmensa grieta de costa a costa de Panamá, que revolucionaria el comercio marítimo mundial. El proyecto fue un estrepitoso fracaso, porque quedó paralizado después de diez años de obra, y después de veinte mil muertos entre accidentes de trabajo y fiebres tropicales, pero fue un éxito sin precedentes para inversores, porque los Estados Unidos acabaron comprando a la compañía los derechos de la concesión para la construcción del canal.
En Guatemala, Guardiola había tenido varios hijo, aunque solamente dos de ellos reconocido. Su hija Lola lo acompañó en su retorno a Cataluña. Fue precisamente Lola quien una noche de verano le presentó una amiga que conoció en Reus, y aunque entre Guardiola y Roser Segimon había una diferencia de edad de cuarenta años, afloro entre los dos un amor que acabo en matrimonio, en el cual la hija del novio era más joven la que la novia. Fueron los años más felices de la pareja, viviendo entre la vida en Barcelona, los viajes a Paris, los veranos en Blanes y las estancias de descanso en Aleixar, siempre acompañados del sequito de empleados.
En Barcelona la pareja se instaló en una casa del Pasaje de la Concepción. En sus últimos años el incansable Guardiola dedicó sus energías a idear un léxico y la gramática de un nuevo idioma universal que sirviera para comerciantes, viajeros y marineros. Consideraba que había una necesidad evidente de un idioma universal – aquel que consiga cubrir esa necesidad contribuirá al progreso de la civilización y hará un gran bien a la humanidad-, eran de hecho, los años en los que cuatro humanistas locos competían para la creación de su idioma orbe, en 1983 llegó a presentar en Paris una gramática (Gramatika uti nove prata – gramática de una nueva lengua), que era una mezcla de latín, inglés, francés, italiano, castellano y catalán. En su declaración de intenciones, Guardiola decía que la idea de un idioma universal se le ocurrió en América viajando entre los pueblos indígenas de los cuales no entendían el idioma, afirmaba que su lengua no venía a substituir ninguna otra.
Después de diez años de un feliz matrimonio, él murió y ella se quedó como señora de una de las mayores fortunas de Barcelona. En el 1903, mientras paseaba sus últimos recortes de duelo por el balneario Vichy, un joven Barcelones de buena familia y cierto aire de vividor, Pere Milá, se fijó en ella y empezó a diseñar sus planes. La alta sociedad utilizaba los balnearios como escenario y punto de reunión para encontrar pareja, donde las fortunas rivalizaban con los apellidos y los títulos como armas invencibles de seducción. En los círculos de la alta sociedad barcelonesa se extendió el rumor de que Milá se había casado dos veces: con la viuda de Guardiola y con la hucha de la viuda. (Guardiola palabra catalana que traducida al castellano significa hucha).
El matrimonio Milà – Segimon compró en el 1905 la torre que el señor Ferrer-Vidal tenía en la esquina del Paseo de Gracia y la calle Provença, de más de 1800 metros cuadrados de terreno. La pareja acordó construir un edificio de tres pisos, pero no coincidían en la elección del arquitecto, él insistía en contratar a Antonio Gaudí, que solamente unos metros más abajo hacía para entonces los últimos retoques para la Casa Batlló, pero a ella las formas de su paisano de Reus, le parecían poco apropiadas para sus gustos y posición.
Después de varias discusiones matrimoniales, ella acabó cediendo a contratar al Gaudí, rogándole al cielo que el arquitecto pusiera en su obra más juicio que no aquellas formas del demonio. En 1906 el arquitecto presento los planos a la pareja. En homenaje a la ama de casa, y tal vez también para pulir las diferencias con la señora Roser, Gaudí proyecto para la fachada una figura de la madre de Dios del Roser. Las obras duraron cuatro años y no estuvieron exentas de discusiones con el ayuntamiento de Barcelona. Cuando ya hacía dos años que duraban las obras, el consistorio ordenó parar el trabajo porque una columna ocupaba un metro la acera del Paseo de Gracia. Gaudí accedió a cortarla, tal y como pretendía el Ayuntamiento, pero amenazó con poner una placa que explicará quien era el causante de aquella columna cortada. Allí continúa la columna. También el terrado fue objeto de polémica, ya que el consistorio ordeno el derribo de las golfas en considerar que el edificio sobrepasaba los cuatro metros de altura permitidos. Gaudí, siempre tan obcecado, hizo valer su cabezonería una vez más, y hoy la ciudad de Barcelona goza de uno de los terrados más admirados de todo el mundo.
Con un coste aproximado de 600.000 pesetas de la época, la Pedrera quedó terminada acabado el 1910. Curiosamente, nunca no se llegó a poner la imagen de la Madre de Dios del Roser. Parece que consternados por los trágicos acontecimientos de la semana del 1909, el matrimonio consideró que una imagen de esas características podía poner en riesgo inútilmente delante de las iras de las masas obreras.
Es cierto que oficialmente era la Casa Milà, pero los Milà pusieron poca cosa más que los apellidos, porque la compra del terreno, los honorarios del arquitecto Antonio Gaudí, el transporte de las piedras desde el Garraf y el trabajo de los obreros, ebanistas, herreros, y escultores que participaron fueron pagados íntegramente con la fortuna que Guardiola había hecho en Guatemala y Panamá.
Roser Segimon vivió el resto de su vida en la Pedrera. Aunque el edificio nunca acabó de gustarle. Mantuvo la decoración por respeto a Gaudí, pero al morir el arquitecto, en el 1926, eliminó las formas modernistas y redecoró las habitaciones al estilo de Luís XVI. Murió en el edificio un día de junio del 1964. Tenía 93 años. Hacía 23 que había quedado viuda de Pere Milà y 63 que había enterrado a su primer marido, pero aunque el tiempo ha pasado a nadie de su círculo más íntimo no le pareció extraña su última voluntad, que sus restos reposaran en el cementerio de Aleixar al lado de su amor de juventud
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